Jumat, 15 Juli 2011

De Cibernética y Seudo-cibernautas Urbanos (capítulo 11)


Capítulo 11 del micro-libro de Enricco Wizard:

¿A quién se le habrá ocurrido ponerle 
números al teléfono en vez de un
teclado de máquina de escribir en
versión miniatura? Hubiese sido
más sencillo que el “número” de
Cipriano Solís fuese simplemente 
“CIPRIANO SOLIS” y punto. De paso 
los señores de las páginas blancas y 
amarillas hubiesen salvado una 
millonada de árboles.

De paralelepípedos hiperconductores y secuencias ortogonales
o
A Chuchita la bolsearon

La ciencia, además de ser un verdadero negocio (muy a pesar de las opiniones en contra de un cúmulo de investigadores mal pagados), se ha convertido en un nicho inpenetrable. Es verdad que hoy en día buena parte de los fisicos y astrónomos de nuestro país perciben salarios de miseria y se ven obligados a ejercer como maestrines de preparatoria abierta, reporteros o músicos. Dicho sea de paso; así de versátiles son nuestros hombres de ciencia. Resulta evidente que tales personajes han quedado fuera del esplendoroso negocio que encierra el quehacer científico. Al que bien le va en nuestro país tiene una beca vitalicia de CONACYT, otra de ANUIES y otra más del fondo revolvente de proyectos del Observatorio de San Pedro Martir. Con ambas se cubre algún sonado tema de investigación, por ejemplo, “Aplicaciones de la Baba de Nopal en su Fase Semigaseosa en Combinación con Nitrocloruro de Selenio en el Tratamiento de la Leucemia Temprana en la Hormiga Africana”, un tema que por cierto ya fue tratado hasta el cansancio y con inumerables variantes por medio centenar de antecesores. Nuestro citado personaje, si se jacta de citado, pertenece además al Club de Leones y al SNI, o como se llame hoy en día, porque es sabido que cada cierto tiempo cambia de nombre tan renombrada institución. A lo anterior habrá que adicionar el título de catedrático honorífico de la UNAM con una carga de materias equivalente a sesenta y tres horas diarias, ésto según se asienta en contrato, ya en la práctica, equivale a una hora de clases de cuarenta minutos cada tercer día con quince semanas de descanso al año y el consabido, por no decir religioso, año sabático. Finalmente, y esto se omite en todo currículum medianamente decente, el ya mencionado imparte un taller teórico-práctico de reparación de lavadoras los Domingos en Chapultepec y da clases en alguna secundaria o prepa nocturna. Sume usted todo lo anterior y después de impuestos, bonos más bonos menos, le alcanzará para adquirir, a precios actuales, exactamente siete kilogramos y tres cuartos de tortillas (sin papel) a la semana. Se preguntará usted. -¿Dónde está pues el pululante negocio?- Es muy sencillo, en la venta de proyectos tecnológicos a las paraestatales y ocasionalmente a la industria privada. La cosa funciona más o menos así: una empresa gubernamental, por ejemplo, la Secretaria de Protección a la Liebre Silvestre y Especies Menores, contrata a la Universidad Tecnológica de San Patricio el Chico. El proyecto consiste en el desarrollo de un sistema automático para alimentar a una colonia protegida de liebres. Se diseñan entonces los planos para construir un complejo artificio electro-mecánico controlado por computadora capaz de administrar el alimento en raciones controladas con una precisión de microgramos. El proyecto, originalmente concebido para ser completado en siete meses, dilata cuatro años a un costo tal que bien hubiese convenido importar liebres de la isla de Borneo, con lo cual se hubiese salvado a la especie. El proyecto queda suspendido el mismo día que muere la única liebre restante después de haber sobrevivido a tres intervenciones quirúrgicas practicadas por pasantes de la citada universidad como parte de un proyecto paralelo para incrementar la capacidad de reproducción del animalito. El prototipo del dispositivo en cuestión queda en eso, en prototipo, eso si, los planos son dignos de un museo de arte por su minucioso detalle y la calidad del papel empleado, el cual fue importado desde Palermo especialmente para el proyecto. Al final todos felices. La universidad obtuvo los necesitados fondos. Varios estudiantes consiguieron titularse como parte del programa de apoyo a la investigación y el valle de Amatizac consiguió deshacerse al fin de la peste de liebres. Por este heróico hecho, los agricultores de Amatizac hicieron un cuantioso donativo a la universidad, el que sirvió para la construcción de un flamante laboratorio de química, el cual, después de escaso un año, quedó convertido en cafetería por conflictos políticos de la propia universidad, todo en el mejor espíritu de evitar un conflicto aún mayor. Bien lo decía mi abuela: “Por mi raza hablará el espíritu”.

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