Kamis, 07 Juli 2011

De Cibernética y Seudo-cibernautas Urbanos (capítulo 3)


Otra entrega del micro-libro de Enricco Wizard:

Imaginemos un calendario con meses de sesenta días, 
sin día primero ni días Lunes. La semana correría 
entonces de Martes a Viernes seguida del consabido 
Sábado y Domingo. No habría quehacer que no 
pudiésemos completar en un mes, no habría San Lunes, 
y lo más importante, llegado el día primero no tendríamos 
que dar explicaciones en caso de no haber cumplido con 
los compromisos ya que el día primero jamás llegaría. 
Para complementar lo anterior, en el nuevo calendario el 
día tendría 10 horas en vez de las actuales 24. Entonces 
una hora nos alcanzaría para hacer muchísimas cosas y 
todos aprenderíamos a leer el reloj en un santiamén.

Las computadoras y la carabina de Ambrosio
o
¿Qué estación escuchas?

A alguien se le ocurrió que las computadoras color caqui serían una sensación y es justo decir que a quien se le haya ocurrido tal cosa realmente dio en el clavo. La nueva moda, según entiendo, es regresar a los monitores de fósforo verde. Con esto se completaría el cuadro original. Para los que nacimos con la era cibernética todo esto cobra sentido, si bien puede sonar a añoranza o sentimentalismo desmedido. Existe incluso un movimiento que proclama el regreso al tubo de vacío ("Back to the Vacumm Tube"). El clamor ha llegado incluso a las antesalas de varios organismos internacionales. Quién no recuerda aquellos maravillosos radios de bulbos que tardaban varios minutos en calentarse; aquel naranja intenso del tugsteno en su máximo esplendor. Después de un charrasquido inicial y ya despejada la ansiedad contenida en un respiro, la radio comenzaba a emitir sonidos y nosotros reubicabamos nuestra fugaz conciencia en un interminable flashazo. No había placer mayor ni más genuino. Al genial Bill Gates y a su brillante grupo de sicólogos asesores se les ocurrió explotar este reflejo innato en los seres humanos de anticipar los eventos. Debo confesar que mi infancia se volcó sobre mi el día que arranque el Windows 95. Aquella espera, a ratos eterna, me hizo recordar mi radio de bulbos. Además estaba el infinito placer de llegar a la electrónica y muy ufano pedir un 6L6, o un 35W4, y claro, el 50C5, para el conocedor, un pentodo de potencia de haces concentrados. Todo esto mientras el imbécil de al lado pedía una resistencia rojo-negro-violeta-plateado pues el muy insulso no sabía descifrar el código de colores cuando en mi pequeño mundo hablar de ohms y watts era tan familiar como hablar de litros de leche o barras de margarina. Las cosas han cambiado sin embargo, aunque no del todo. Los chips de memoria han venido a suplir a los infames bulbos pero pocos saben realmente donde comprarlos y mucho menos cómo instalarlos. Tales asuntos son sólo para iniciados en la cultura cibernética. A lo que voy es a que el sabor ya no es el mismo. Las computadoras de hoy en día son viles cajas negras, o mejor dicho, cajas color caqui, no menos diferentes a los radios de antaño en funcionalidad y complejidad pero con la gran diferencia de que los radios pueden disfrutarse aún con los ojos cerrados y tirado de panza en la playa. Los japoneses insistirán en alcanzar un grado de miniaturización avasallador, pero transistores más, transistores menos, el radio y su fascinante legado no pasarán jamás de moda.

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