Sabtu, 06 Agustus 2011

Del como perdemos libertades


Resulta que hace unas semanas me regalaron un nuevo teléfono Android. Para sacarle jugo al mismo, me fue sugerido que me hiciese de un plan de datos para así tener acceso a Internet entre otras cosas. El teléfono ya tiene Wi-Fi pero evidentemente la señal 3G me permite estar conectado en cualquier lugar.

Yo sé que esto del Internet puede ser adictivo y por ello, en mi anterior teléfono, no tenía plan de datos, por lo que si me mandaban un correo, tenía que esperar a llegar a casa y ver si había "mail". Vaya, que el correo estará en mi bandeja hasta que llegue. No desaparecerá, pero de alguna manera le entra a uno la necesidad extraña de estar conectado y ver si le mandaron algún nuevo mensaje. Sin embargo, puedo entender las ventajas -en algunos casos- de poder saber quién le mandó a uno correo mientras no se tiene acceso a una computadora.

En fin, que me apersoné en Telcel para contratar un plan de datos. Hay dos que más o menos -estimo- me pudiesen funcionar: uno de 350 pesos y otro de 500 pesos. No me había decidido aún por ninguno de ellos cuando en la tienda Telcel me dicen que para contratar el plan de datos requiero de una credencial que me identifique, que además, debo llevar un comprobante de domicilio -pero no el de la luz (porque no viene el código postal y la delegaciín política), etc. Es decir, en pocas palabras, el trámite requiere de papeleo. El asunto es que ya en ninguna parte -cuando se quiere un servicio o se va a hacer un trámite, se confía en quien lo hace. Hay ahora que demostrar quién es uno y dónde vive, no vaya a ser que sea uno un tramposo y no quiera pagar o se haga ojo de hormiga para cubrir los gastos que ocasione el uso del teléfono. Por supuesto que cuando me dijeron en la tienda Telcel esto, tuve que irme a recabar esos papeles, no sin antes sentirme frustrado y enojado porque no se confía en la gente, en que uno no es un tramposo que quiere sacarle ventaja a la compañía telefónica.

Como estaba en un centro comercial del sur de la ciudad, decidí pasar a cobrar un cheque y ahí encuentro ya un familiar letrero que dice : no a las gorras, lentes oscuros y teléfonos celulares. ¿Por qué esta restricción? Porque algún vivales ya usó su teléfono quizás para indicarle a alguien fuera de la sucursal que algún cuentahabiente sacó una buena cantidad de dinero del cajero y por ende, a una cuadra del banco alguien pistola en mano le robará el dinero, si a la víctima le va bien y no le hacen daño físico. Pero el punto aquí no es si estas medidas son "para nuestra seguridad". El punto es que perdemos otra libertad que ya no recuperaremos. Por definición estas reglas nos hacen a todos potencialmente unos malvados, unos criminales, aunque la inmensa mayoría no lo sea. Por un cretino que hace mal uso del teléfono móvil, pasamos a ser todos perjudicados.

Y si vamos a nivel internacional las cosas no están mejor. Viaje a los Estados Unidos. Por definición las autoridades en los aeropuertos creen que uno es un potencial terrorista e incluso, las autoridades de ese país no se tientan el corazón para exigirle a una viejita que viaja que se quite los zapatos o que se le hará una revisión más extensa. Nadie se salva: niños, adultos, ancianos. Todos son medidos con el mismo rasero. Una vez más, otra libertad que perdimos y que nunca más recuperaremos y todo gracias a los terroristas del 9/11 que acabaron con las Torres Gemelas. Antes la perspectiva de otro ataque todos, todos en verdad, somos potencialmente unos perversos terroristas. Por eso y por otras cosas cada vez me pone más de malas cuando tengo que viajar a los Estados Unidos.

En el ajedrez, por ejemplo, hay algunas reglas draconianas. Por ejemplo, está prohibido el uso del celular. Si a la mitad de una partida suena, el dueño del aparato pierde el encuentro automáticamente. No vaya  a ser usada esa llamada para decirle qué jugada hacer. Y aunque la regla podría ser importante en ciertos torneos, en los que la mayoría de los jugadores participamos, las competencias abiertas, muchas veces estamos obligados quizás a tener encendido el teléfono. Tal vez estamos esperando noticias de alguien que viene de viaje, o de un familiar que tuvo que ser operado de emergencia, qué sé yo... Lo que está claro es que la medida es para todos y los árbitros hasta parecen encantados con ejercer la regla. Puedo entender que podría ser una molestia tener que aguantar que sonaran celulares a cada rato en un torneo, pero quizás podría advertírsele al infractor que si ocurre una segunda vez, se le marcará la partida por perdida. No entiendo esa necesidad de que se aplique semejante medida, que va finalmente en contra de -precisamente- jugar al ajedrez, que es la actividad que se debería promover siempre, de manera estricta y rigurosa.

Puedo entender las reglas y las restricciones. En este país tercermundista tenemos que probar a cada rato quiénes somos, tener credenciales y tarjetas con fotos porque una credencial sin foto la podría usar cualquiera. En muchas ocasiones necesitamos sacar todo género de fotocopias porque hay que probar cuanta estupidez piden aquellos con los que estamos haciendo algún trámite. Eso de es un tercermundismo galopante. En algunos países la licencia de conducir ni foto tiene. Y es que si uno le presta la licencia a un tercero y éste tiene un accidente, el responsable es el dueño del documento. Así, nadie se arriesga a prestarle a nadie su documento para conducir.

Ya no sé si para consolarme debo pensar -como dice Cristina Pacheco- en "aquí nos tocó vivir".

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